Por Ignacio Marchionna, voluntario Por El Silencio
La apuesta era grande: un grupo de 20 jóvenes con una experiencia casi nula llegaba al barrio de El Silencio, en Concordia, Entre Ríos, con el objetivo de pintar la escuela en la que aprenden todos los días muchos de los chicos del barrio, cuyo nombre se debe para algunos a que nadie los escucha. Utilizando las instalaciones de la escuela Mitre, en el centro de la ciudad, como base de operaciones, trabajaríamos casi cuatro días completos, con la idea de alcanzar a pintar lo máximo posible.
Pero claro, no estábamos solos: maestras y directivos –de admirable accionar dado que estuvieron presentes el viernes a pesar del paro docente y el fin de semana en su tiempo de descanso-, niños y jóvenes del barrio, voluntarios de la Fundación OSDE, allegados a la Parroquia San Francisco y alumnos de las escuelas San Antonio y Mitre. Además, muchos acompañaron a través de donaciones, oraciones y buenos deseos. Todos, por supuesto, unidos por la misma causa: mejorar el espacio de estudio y aprendizaje al que asisten decenas de chicos.
Por las lluvias incesantes, el trabajo comenzó adentro: salas de jardín, dirección, luego las aulas de primaria y la parte techada del patio. El trabajo era difícil, pero los consejos y correcciones de Christian –vaya un agradecimiento eterno al pintor, albañil, electricista y vaya a saber uno qué más- alivianaban las tareas y, al mismo tiempo, garantizaban que el trabajo fuera hecho lo mejor posible. Encima, después de estar todo el día a lija y rodillo llegaba la tarde y el momento de limpiar los materiales, clave para poder ser utilizados al día siguiente sin problemas.
Si alguien se hubiera aproximado a la escuela sin saber qué era lo que estaba pasando no habría comprendido nada: en el afán por pintar todo lo posible el frenesí era bien palpable. Gente y materiales yendo y viniendo a gran velocidad, equipos de trabajo por sector ayudándose permanentemente, gritos pidiendo pintura o una escalera…siempre una mano dispuesta a trabajar con el otro. Obviamente, todo mediado por charlas, mates, y hasta unas tortas fritas.
Los niños del barrio aportaban alegría al grupo –ya fundido en uno solo a pesar de las disímiles procedencias-, desplegándose con su inagotable energía por toda la escuela para jugar y en algunos casos para mostrar su gran habilidad con las brochas y los pinceles a la hora de rematar los detalles de las paredes. Con ellos, justamente, se festejó el día del niño con juegos, bailes y, para cerrar, facturas y chocolatada.
Lamentablemente, al llegar al barrio el lunes a la mañana nos encontramos con una escena desoladora: la pared de afuera de la escuela se había despintado por una lluvia torrencial que comenzó pocas horas después de pintarla. Por suerte, la mayor parte del trabajo se había hecho adentro, y el daño fue escaso. Con la lluvia todavía cayendo sobre la zona, no quedaba más que terminar de ordenar y limpiar para que los alumnos se encontraran el martes con una escuela mucho más agradable y linda.
Al mediodía emprendimos el retorno, con las palabras soñadoras de Moni, una incansable mujer que trabaja muy cerca de la gente del barrio, resonando en nuestras cabezas: “ahora vamos por la secundaria, ¿no chicos?”. Aunque improbable, confiamos en que los líderes del proyecto, Joaquín, Agustín, Clara y Juani, con la ayuda de todos ustedes, la gente del barrio y los vecinos de Concordia puedan lograr mucho más por unos chicos cuyo único techo para crecer y progresar es el que les impone la sociedad desde diversos lugares.